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Se tiene comúnmente la tergiversada idea de que la cárcel es un lugar horrible donde vivir, uno donde por nada del mundo nos gustaría ir a parar. Son muchas las películas y series de televisión las que nos han metido en la cabeza esa idea, la de que el delincuente paga sus delitos con una temporada en el infierno más rotundo, más demoledor: la prisión.

Por eso sólo cuando corren tiempos difíciles o nos metemos en graves aprietos se nos pasa por la cabeza recurrir al delito (el robo, fundamentalmente) como medio para solucionar nuestros problemas de golpe, en cuestión de minutos. Por ejemplo, problemas económicos y acuciantes dificultades para afrontar el pago de la hipoteca de tu piso de 30m2, como los que atraviesan la vida de las personas humildes durante las malas rachas de la economía de un país.

¿Saben ya por donde voy? Pues estoy hablando de aquellas personas que, en el mejor de los casos, sólo tienen dinero para costearse viviendas infrahumanas o, en el peor, no tienen para costearse vivienda alguna y tienen que recurrir a la caridad y la lástima de sus seres queridos.

¿A alguien le extraña que estas personas puedan incurrir en delitos para salir de su miseria?

Por supuesto, me dirán, recurriendo a la sabiduría inagotable del refranero, que «es peor el remedio que la enfermedad». Que las consecuencias de un delito, aun cuando se cometa con fines de incontestable justicia social, tienen consecuencias peores si cabe que la situación vivida antes de cometerlos.

¡Incluso podemos acabar entre rejas!

No les negaré que esa opción es posible, pero les voy a proponer un juego que les va a dejar con los pelos de punta. Les voy a plantear una pregunta con tres respuestas y cada uno de ustedes va a contestarla francamente, con total sinceridad. Luego les daré la respuesta, a ver si les deja tan planchados como a un servidor.

Allá va la pregunta:

¿Cuál de las siguientes fotografías corresponde a la celda de una prisión?

Como indicación, tengan en cuenta que, en todos los casos, lo que se ve en la imagen es todo lo que hay. En ningún caso se trata de una de las habitaciones de una vivienda de mayor tamaño.

1)

Prestaciones: televisor, microondas, sofá, fregadero, reloj de pared, cajonera. Con ventana.

2)

Prestaciones: televisor, ordenador personal con pantalla plana, pequeña mesa de trabajo, cama, estanterías, radiador y fregadero. Con ventana.

3)

Prestaciones: microondas, armario, cajonera, espejo, lámpara, nevera. Sin ventanas.

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¿Qué han contestado? No, no, esperen, no me lo digan todavía. Voy a proponérles que se olviden por un momento de su respuesta anterior y contesten una nueva pregunta:

¿En cuál de los tres lugares preferirían ustedes vivir?

Un servidor, sin duda, de no ser porque sabe de antemano cuál de ellas corresponde a la celda de una prisión, elegiría la segunda. Es, con diferencia, la más espaciosa de las tres habitaciones (las otras dos no superan los 10m2 cada una), cuenta con ordenador personal y con televisor, mientras que la tercera no tiene ni una mísera radio para conectarse al mundo y además ¡carece de ventanas!.

Pues, fíjense, de entre las tres viviendas expuestas, sólo una de ellas es gratuita, ¡e incluso tiene comedor y gimnasio incluidos entre su regímen de «todos los gastos pagados»!. Se trata, lógicamente, de la celda de la prisión que, como ya habrán adivinado (por los barrotes en la ventana o la ausencia de microondas) es la que corresponde a la segunda imagen.

¿Saben qué es lo peor de todo esto?

Que ni la celda es una celda cualquiera, ni las viviendas son viviendas cualquiera. Permítanme que haga las presentaciones:

Imagen 2: Se trata de la celda del Tribunal de la Haya en la que se encuentra encerrado el inmundo genocida Radovan Karadzic, más conocido como el «carnincero de Sarajevo» y en la que tiempo atrás se alojó hasta su muerte (por un infarto, no crean que se le impuso la silla eléctrica o algo parecido), el ex presidente serbio y también genocida Slobodan Milosevic.

Lo que supone que ambos repugnantes asesinos han sido «condenados» por las naciones «civilizadas» a «sufrir cautiverio» en unas condiciones infinitamente más agradables de las que jamás hubieran podido soñar sus víctimas, en su mayoría gentes de raza negra o etnia musulmana con un ínfimo nivel de vida.

Las comillas, claro está, son irónicas…

… pero no tan irónicas como el propio Karadzic, que por lo visto todavía ve insuficientes las condiciones de su encierro y ha pedido que le afeitaran y cortaran el pelo para recuperar el aspecto de los viejos tiempos.

¡Qué barbaridad!, exclamarán ustedes. No se lo habrán concedido, ¿verdad?

JAJAJA. Pues claro que sí. No querrán ustedes que alguien de la talla de Karadzic acuda ante los tribunales a defender su inocencia (derecho con el que él no agració a ninguna de sus víctimas) hecho unos zorros.

Imágenes 1 y 3: Se trata de los denominados micropisos, de 10m2 de superficie, aún más pequeñas que aquellas soluciones habitacionales de 30m2 propuestas por la ministra Trujillo que tanto revuelo levantaron.

Vergüenza debería dar a las naciones «civilizadas» dar casa, ordenador, televisión, comida, afeitado y peluquería a los mayores genocidas conocidos por Europa desde la II Guerra Mundial, y al mismo tiempo permitir que por estas inmundicias de pisos (que no tienen ni cédula de habitabilidad, por no hablar de ordenador e incluso ventanas, aunque sea con barrotes) se estén vendiendo en ciudades como Madrid o Barcelona por la friolera de 90.000 euros. (¡¡¡¡¡¡15 millones de las antiguas pesetas¡¡¡¡¡¡)

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¿Qué me dicen ahora? ¿Todavía no comprenden que las personas más desfavorecidas se sientan tentadas por la vida criminal ante esta situación de insultante injusticia?

¿Qué es lo peor que les puede pasar? Tal vez que les pongan una multa en lugar de mandárles a la cárcel y tengan que seguir malviviendo en micropisos de 10m. cuadrados, sin dinero para comprar comida, pagarse el gimnasio, el afeitado y la peluquería que en prisión tendrían by the face.

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